OYENDO LO QUE ALGUNOS DICEN PÚBLICAMENTE

RODRÍGUEZ PADRÓN, Jorge

Oyendo lo que algunos dicen públicamente : debates con la poesía española / Jorge Rodríguez Padrón.—Madrid : Calambur, 2011

Andaba perdido en la certeza –uno se angustia con mayor fiereza en la evidencia- de que la poesía actual está mal herida, de que sus representantes mediáticos, -esos que, pensaba en mi desvarío, tienen la rara suerte de aparecer  en las primeras plataformas y estamentos de divulgación cultureta, sabemos por qué es-, reflejan una percepción pobre, narrativa, de lucimiento omnisciente.

Andaba entristecido, cansado de buscar esa inmensa minoría que aflora tímidamente, que existe con dificultad, a pesar de salir temprano; que entiendo inmensamente pequeña, y que por tanto, no se ve.

Me paseaba, como de costumbre con poca suerte, por los catálogos de las editoriales y apartando leña seca, en el catálogo de Calambur me tropecé con la lúcida recopilación de debates-textos de Jorge Rodríguez Padrón “Oyendo lo que algunos dicen públicamente”.

Me llamó la atención su contracubierta –ya sabía de su luminoso concepto crítico- “el autor ha querido dilucidar las limitaciones y carencias que… han impedido el desarrollo en libertad y con el imprescindible vigor, de la poesía española de treinta y cinco años a esta parte”.

Me inquietó la aclaración: en ese sencillo agarre preliminar, estaba desarrollado mi entretenimiento, 35 años llevo leyendo poesía en este país, en esta lengua española (poesía en español, original y traducida-versionada, soy leve en idiomas) con gran esfuerzo, intentando salvar los dardos de la actualidad oficial –la que con más virulencia se muestra en cada momento-. Recuerdo cuando éramos herederos del 27 melindroso, con ojos de puridad y ritmos cancioneriles, mi ánimo se entretenía en glorificar a Gil Vicente o en perderse entre la hojarasca de cansino folklore españolísimo. Me aburrieron todos, salvo Emilio Prados y Manolo Altolaguirre (del primero me gustaban sus gafas de concha, su aire de poeta desvalido, su obra de madurez, poco debatida y que en los manuales de la época se pensara en él como poeta menor: la eterna excelencia).

Pasamos después a la poética comprometida, de todos los que nacieron después del conflicto bélico inacabado en nuestra españica. Nos hicimos poetas sociales cargados de no sé qué futuro, no lo hemos visto; y nos dejamos cercenar por varios tramos que a mí se me antojan contemporáneos, en cuanto a su descubrimiento. -La poesía no la entiendo como literatura, pero uno irremisiblemente obedece a perversiones de ordenamiento, cronológico-crematístico-. Aparecieron entre mis lecturas –sigo-, poetas de la  experiencia –la suya, endomingada y solícita-; poetas ocultos en su culterano valor, arrogándose los principios del Cántico; poetas pedantes venecianos y trasnochadores de whiskys y cultura a espuertas; y para más inri, en ese caldo me aburrieron con su dominio del estatus, poetas de una nueva sentimentalidad, que no es nueva, es sólo sentimentaloide y que sólo puede ser entendida por los que entran o quieren entrar en los márgenes incrédulos del poder, como seminaristas descreídos que aprenden los mecanismos de su proselitismo militante, para seguir domeñando almas. Esta sentimentaloidedad –valga- se ha visto en las últimas fechas asaltada por un gran dolor ante la incertidumbre. Son los mismos, es increíble, con otro sobrenombre. Otra guerra, como aquella dela Comunicación.Comunicaciónes al sentimentalismo lo que la incertidumbre a la creación. Pero esto último hace un guiño a la vanguardia y eso es terreno vedado.

Un desastre, esta Iberia nuestra. No obstante, estaba entre estas doloras y he de agradecer, en todo este tiempo, el descubrimiento –siempre viene desde uno, nunca desde el academicismo sabelotodo y castrante, dominador siempre- de poéticas en el margen –hablo sólo en español-, desde el último Juan Ramón, no leído por no publicado hasta muy tarde, hasta José-Miguel Ullán, pasando por Larrea, Pino, Ory, Cirlot (denostado por los señoritos del 50), Claudio Rodríguez, algún Valente;  toda la poética latinoamericana, especialmente Westphalen, Paz, Gelman, Juarroz….

Y otro regusto sería la aportación de editoriales como Amargord, Visor (de tanto disparo, alguno acierta), Tusquets (1 entre 50), Vaso Roto (gran labor de traducción), Calambur (salvo las publicaciones alimenticias), Pre-Textos, esta última con aportaciones brillantes de Mariano Peyrou y Marcos Canteli, entre otros.

Estas veleidades – me disculpo por el enraizamiento- me asaltaron, sólo con ver la portadilla del libro de Rodríguez Padrón, me lo compré y no pude dejar de leer con gran interés todo lo que algunos habían dicho públicamente, pero que sólo quien oye con sensibilidad, ironía y necesaria incertidumbre, puede recoger.

Es una suerte poder leer esta obra. Es una lástima que no esté entre los libros más vendidos, ofertados, regalados, leídos. Pero ya se sabe la inmensa minoría siempre.

Me permito extraer varios pensamientos y una conclusión, que jalonan el libro desde la primera mayúscula enfrentándose a la poética más literaria y acomodaticia.

Sobre los poetas:

… Aquí, hoy, los poetas son unos escritores más, tentados por la vanidad natural que al oficio de la palabras los inclina (no de otra manera se puede ser escritor); pero tentados, sobre todo, por el mercado… lobbies políticos e intelectuales. La escritura y el pensamiento domados. Resulta ya muy difícil recuperar su independencia crítica, cuando tanta pérdida exige a quienes piensan y quienes escriben para hacerlo en total libertad… (pag. 92-93)

…dicen Juan Ramón, dicen Antonio Machado. Pero de este último, el pobre, qué ha sido de él. Que lo tienen como el santo patrón del pueblo, para pasearlo en todas las romerías… (pag. 251)

Sobre la poesía:

…De ahí que el discurso [poético] se atrinchere en ese conservadurismo que venimos señalando, lo que quiere decir que se pone al servicio de una palabra dominante, secuestradora de los significados, siempre dispuesta a decir la realidad, pero sin atreverse a nombrar el mundo. Nada casual, en consecuencia, que se siga reforzando el carácter narrativo (prosaico) de la escritura poética y que se defienda como el único modelo posible; y que –además- quienes denuncian tal desafuero sean silenciados al considerársele intrusos… (pag. 66).

… sólo cuando se consigue nombrar el mundo es cuando se habla la pura lengua; sólo con esa operación se llega al verdadero conocimiento que la poesía inaugura… (pag. 94)

Sobre la crítica:

… nuestra crítica no considera necesario leer (entiéndase: entrar en debate con la obra) y, mucho menos, pensar; con dar cuenta de lo sucedido (de lo publicado) y aderezarlo con ciertas acotaciones favorables, favorecedoras de la difusión de los libros, y de los autores naturalmente, da por cumplida su función. Pues, de algún modo, actuar así le proporciona –también a ella- un prestigio seguro y un determinado poder a los críticos, para andar a sus anchas por la vida social, hoy mediática en exclusiva, de la literatura… (pag. 191)

Conclusión:

… yo no me reconozco en la poesía que leo, no me identifico con esa escritura ni veo que ahonde en la herida de mi tiempo; como –por desventura- tampoco me reconozco en esta sociedad a la que dicen pertenezco, ni a este tiempo que me ha tocado vivir, movidos –el uno y la otra- por la voracidad del consumo y corroídos por la vulgaridad… no por ello pierdo del todo la fe. Y menos en la poesía. La prueba es que estoy aquí, y aporto apenas unos pocos motivos para la disidencia en mi empeño de dilucidar la diferencia…(pag. 317)

Mucho más en la obra…

 

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