José Janés, Editor con mayúscula

¿Quién dijo problemas? Para José Janés el oficio de editor era parte de su esencia, de su ADN. En un tiempo en que parecía poco menos que una locura, no dudó en la empresa que le llevaría a tener la mejor editorial en la posguerra española. Y no era cosa fácil, porque tenía en contra un gran número de argumentos.

La España que había dejado la guerra civil, ofrecía un panorama desolador en muchos sentidos. En cuanto a la cultura, según el Equipo Reseña, la derrota del gobierno republicano, supuso que el 90 % de la ‘Inteligenzia’ española desapareciera. Al exilio partieron 2318 docentes, entre maestros, profesores de enseñanza y universidad, además de un número no cuantificable de novelistas, dramaturgos, poetas, artistas. Otros tantísimos murieron en la contienda, y los que quedaron en el país fueron, en caso de ser detectados, como desafectos, depurados, o sea impedidos de ejercer sus profesiones. El franquismo, no era ni de lejos, el sistema dictatorial de Primo de Rivera. Fue una contrarrevolución social, política, moral y cultural de todo lo que supuso o empezaba a suponer la República española.

 

La cultura pensada por Franco y sus colaboradores, había de ser un instrumento para la formación de una nueva forma de pensar, en el que la religión, la patria y la política, entendida de una manera particular, y la moral nacional-católica, con todo lo que de represión suponía, era el principal objetivo.

Se instauró una Ley de Prensa, en la que la censura quedaba legitimada para actuar en lo que considerara. En 1939, el Servicio Nacional de Propaganda del Ministerio de Gobernación, ordena que los editores presenten en un plazo máximo de 48 horas una relación de los libros que se publicaron desde el inicio de la guerra civil, a fin de decomisar todo lo editado con tintes marxistas y republicanos.

La Cámara Oficial del Libro, pasó una circular a editores y libreros, con la lista de libros prohibidos, que se dividían en permanentes, que se debían destruir sin más, a los que pertenecían las obras contrarias al Movimiento Nacional, (marxistas, leninistas, masónicas, eróticas, pornográficas, científico sexuales, sexuales, con ideas democráticas, ocultistas, teosóficas, antibelicistas, etc.). Huelga decir que para los censores era muy fácil encuadrar una obra dentro de estos parámetros. La otra división de los libros censurados correspondía a los transitorios, aquellos que pertenecían a autores desafectos o de dudosa ideología. Así mismo, había una lista orientativa de autores prohibidos, entre los que se encuentran algunos que puede dar la medida de la tolerancia y nivel cultural de la censura oficial: Balzac, Zola, Proust, Salgari, etc. Otros más evidentes, Lerroux, Sender, etc.

A la omnipresencia de la censura, que podía acabar con una tirada de un plumazo, como le ocurrió a José Janés, con Arias Salgado, que decidió prohibir la edición de la  Obra Completa de Proust, que ante la protesta del editor, el censor le contestó que prefería la ruina del editor a la exposición del alma a su condena. A, como decimos la omnipresencia de la censura, arbitraria y con un criterio absurdo, se unía otros dos factores que hacía de la edición una empresa de superhéroes, la escasez de papel y de energía, que sumado a una sociedad controlada y manipulada culturalmente establecía un panorama desolador.

José Janés comenzó su andadura editorial en 1940, junto a su amigo Félix Ros.     

Durante la Guerra Civil, ya había colaborado con la Generalitat de la República, en publicaciones para los soldados del frente. Cuando acabó la guerra se exilió, como otros tantos, pero sus amistades en España le instaron a volver. Eugenio d’Ors, viejo amigo y falangista, dijo a Janés que no se preocupara, que volvería con todas las garantías, sin embargo, una vez en España, fue detenido y condenado a muerte. Sus amigos falangistas, movieron todos los hilos para salvarle, Luys Santa María y Félix Ros. Santa María devolvía así la deuda de vida que tenía con Janés, que le salvó de la muerte, de una milicia antifascista.

A pesar de las dificultades de ser un desafecto, Janés no dudó en comenzar su empresa editorial.

El hecho de asociarse con Félix Ros, falangista, que había sido promotor de las editoriales, Lauro y Yunque, haría la labor más fácil. Juntos crearon Emporion. Para facilitar los trámites, a pesar de que los libros se editaban en Barcelona, domiciliaron la dirección comercial en Madrid.

La colaboración con Ros acabó en 1941 y José Janés se estableció como editor independiente. Ros fundaría Tartessos, que terminaría vendiendo al enemigo de Janés, José Manuel Lara.

En las primeras ediciones de su nueva andadura editorial, publicó libros muy bien encuadernados, en tela, a pesar de no tener dinero y la escasez de papel y material. Sabía que solo podía editar un título, con lo que los libros tendrían de ser caros. Con el beneficio de este único título, tenía que mantener la editorial y vivir. Sus primeros libros fueron de pequeño formato y pocas páginas. La primera colección se llamó El grano de arena, y allí editó a Joyce, Collette, Baring, Wells y Pirandelo. En estos años no figuraba como editor, sino como director de la colección, para evitar represalias. A partir de acabada la Segunda Guerra Mundial ya aparece como editor.

 

Su primer despacho fue su propia casa, editaba en el cuarto de la plancha. Cuando las cosas le fueron yendo mejor, tuvo otro en la calle Wagner.

Además de los libros bien encuadernados, José Janés, en su afán de procurar al lector lecturas que estuvieran al día, publicó un gran número de colecciones: los premios Goncourt, Los Premios Pulitzer, Maestros de Hoy, Los escritores de ahora, Los clásicos del siglo XX, Los Premios Nobel de Literatura, Club de Lectores, El Mensaje, Los libros de nuestro tiempo entre otras.  Doy Fé fue una colección destinada a publicar nuevos valores de nuestra literatura, que era presentada por un autor consagrado y nada sospechoso, que junto con el nombre de la colección intentaba pasar de puntillas frente a la censura. El ingenio de nuestros intelectuales no tenía límite.  En esta colección editó por primera vez a Francisco Candel, Carmen Barberá, Antonio Gil y otros. Otro de los autores que Janés publicó fue Camilo José Cela. En 1947 editó El bonito crimen del carabinero, en donde Cela escribe su pequeña venganza a la censura, en Notas para un prólogo, en el que al leer las iniciales de cada párrafo obtenemos ‘Publico este libro en pedazos porque tengo que comer. El cura que me censuró es un desdichado’.

Janés editó a grandes autores extranjeros, era más fácil encargar traducciones y pagar derechos de autor que editar autores españoles, la censura era más permisiva, o no se enteraba mucho. Tantos autores extranjeros de la línea no germanófila publicó que se llegó a decir que su editorial estaba patrocinada por el gobierno británico, incluso un periódico argentino llego a decir que esta editorial había sido creada por Inglaterra.

Una anécdota a propósito de estas publicaciones y del éxito que obtuvieron, la contó el propio Janés en una conferencia, en la que decía que se armó una muy gorda, cuando un distribuidor de Madrid, sobre las obras que había publicado Janés Las armas mirarán atrás de Lajos Zilahy y Un yanqui en la Corte del Rey Arturo de Mark Twain, le pidió urgentemente mil armas y quinientos yanquis.

Las armas de José Janés, han sido, la tenacidad, coraje, seguridad en sí mismo, un gran sentido del humor, y mucho amor a los libros. Consiguió reunir un catálogo de 62.ooo títulos en una carrera muy corta, pues murió en un accidente de coche a los 46 años. Ayudó a autores desafectos, encargándoles traducciones de libros que a veces ni siquiera se publicaban, pero que pagaba religiosamente.

José Janés decía de sí mismo que era un hombre de letras, pero de letras de banco. Una personalidad arrolladora, extrovertida, con una intensa vida cultural  y una figura imprescindible de nuestra cultura. Un nombre a rescatar y reconocer.

bibliografía: Tiempo de editores de Xavier Moret, editorial Destino

 

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